10 de junio de 2011

LA TARANTULA.

LA TARANTULA

“… la lucha de clases es el motor de la historia” fueron las últimas líneas que leí antes de darme cuenta que ese asqueroso arácnido entraba por la puerta de mi cuarto. Para mi desgracia les tengo un pavor indescriptible a las arañas. El primer pensamiento que vino a mi mente fue el de matarla. Lentamente coloqué el libro abierto sobre la cama. Con mucha sigilez me puse las sandalias, y camine hacia donde estaba el arácnido. Al verla más de cerca me dí cuenta que era más grande de lo que creía. Rápidamente calculé su tamaño y supuse que era casi tan grande como la palma de mi mano; era muy negra e infinidad de pelos cubría su cuerpo.

Cuando me encontré frente a la tarántula, o he de decir, cuando nos encontramos frente a frente, me dio la impresión que nos mirábamos a los ojos, ambos estábamos absortos, asustados. Con mucho cuidado estiré mi mano y tomé una Biblia, recuerdo que era la edición Latinoamericana, sin moverme mucho, calculé la distancia y arrojé la Biblia sobre el animal. No sé cuánto tiempo paso antes de que me animara a levantar el libro. Para mi fortuna el golpe había sido certero, pero dudaba si fue suficiente para matarla. En cuanto levanté el libro, la araña intentó huir, pero tan debilitada estaba, que sólo alcanzó a dar unos cuantos pasos y volvió a quedar inmóvil.

¿Qué diferencia hay entre la existencia de ese animal y la mía? ¿Soy tan civilizado como parezco? O ¿todavía conservo mucho de animal, al igual que el arácnido? Cuantas veces mi existencia, mi análisis de la realidad se han visto aplastadas por un libro, por unas palabras, y desesperado trato de huir a mi mundo, ese pequeño mundo que me he construido, ficticio y para muchos irreal. Que pululante pus habita dentro de mí, que inmundicia me ha alimentado durante tantos años. No seré acaso el pensamiento de un ser superior, que constantemente intenta aplastarme con ideas, pensamientos o sentimientos.

Sólo me quedaba una oportunidad para matarla antes de que intentara huir nuevamente y lo lograra. Nuevamente tome la Biblia, y me dispuse a lanzarla sobre ella. Su mirada parecía suplicarme que no lo hiciera. En su mirar me veía reflejado. Era una súplica de poder existir. Pero sin más reflexión lancé el libro y ésta vez fui más certero en el golpe. Terminé de manera fácil con la vida de ese animal. Satisfecho de mi acto, tomé la Biblia y la limpié. A la tarántula la envolví en un periódico y la arrojé a la basura, al igual que a mis pensamientos y a mi existencia.

                                                                                                                      Adrian Delgado.

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