10 de junio de 2011

EL ESPEJO

“Sin movernos, quietos, nos sentimos arrastrados, movidos por un gran viento que nos echa fuera de nosotros. Cada uno está en su infierno”

                                                                                                                 Octavio Paz
La noche es calurosa, pese a que ha llovido, creo que eso acentúa el calor. Esto me hace pensar que a veces los contrarios se unen ¿o será a caso que nunca fueron contarios?: lo frio y lo caliente, lo blanco y lo negro, la luz y la oscuridad, la lluvia y el calor. Aun es temprano pero la calle luce sola, el ruido de mis pasos es el único sonido que rompe con esta aparente calma noctámbula, sí, digo aparente, porque todos traemos un infierno ruidoso dentro, que quema y lacera hasta los huesos, bueno hasta eso que llaman alma.

Todo esto que he dicho es sólo un pretexto para poder contar que estoy muy asustado, pues hace un momento me he parado frente a un espejo y no he visto nada reflejado. Pero déjenme contarles como paso:

Pues ya había dicho que esta es una noche calurosa, cosa que se acentuaba en el tren que me traía de regreso a casa. Al ver a los demás pasajeros, me preguntaba cómo es que soportaban el calor con tanta tranquilidad, sin una gota de sudor en su rostro.

Cada vez que las puertas del tren se abrían en una estación, yo sentía un aire que refrescaba mi cuerpo y hasta mis ideas. Recorrer las seis estaciones que me llevarían a mi destino fue para mí un verdadero vía crucis, pero como dice no sé quien, nada dura para siempre, y pues al fin llegue a la última estación, de la cual salí sumamente ansioso por respirar un poco de aire más fresco.

Para llegar a casa existen tres posibles vías, lo cual me provocó una gran disertación envuelta en cálculos de tiempo, distancia y hasta en reflexiones existenciales. Absorto en esas meditaciones, me descubrí recorriendo el camino de costumbre, por lo que con un manotazo en el aire deshice los temas de mi próximo escrito metafísico. Así mis pies, como caballo de Chapultepec que ya conoce su ruta, me llevaron hasta la puerta de mi casa. No sé si por lo de caballo de Chapultepec, el calor se incremento despertándome el deseo de un buen café frio, el cual me serví a mi paso por la cocina.

Cuando ya estaba en mi cuarto, y es aquí donde empieza el contenido de ésta historia ¿o es cuento? Bueno en donde empieza lo que quiero platicar. Les decía que cuando ya estaba en mi cuarto, empecé a despojarme de lo que traía en los bolsillos, todo fue acomodado con un cuidado tan obsesivo, que a cualquier psicótico hubiera dejado catatónico. Para disminuir el calor empecé a quitarme la ropa, pero lo curioso es que emprendí un juego, el cual consistía en que por cada prenda que me quitaba, también ponía sobre la cama, una idea, una ilusión, un miedo y así poco a poco fui sintiendo una desnudez, pero no en mi cuerpo, sino en mi ser.

Si nos despojamos de todo aquello que la gente cree de nosotros, o peor aún, de todo aquello que creemos de nosotros mismos, ¿con qué nos quedaríamos? Pues con lo que somos realmente, nada. Si estrelláramos esa imagen contra el espejo, se haría añicos la imagen que somos nosotros y el espejo que son los otros. Se destruiría el teatro que es la vida, teatro para el que no hay ensayo, en el que cada error es irreparable, pues ésta vida no tiene segunda función.

Mis manos tocaban desesperadamente mi carne, mi mente buscaba las ideas, el corazón las ilusiones, es decir, mi yo buscaba algo de que asirse. Fue cuando pensé en el espejo, el podría darme aunque fuera una imagen corpórea de mi, y así ocurrió lo que ya saben. Me pare frente al espejo y no vi nada, no reflejaba más que vacío, soledad.

Es así, que ahora me encuentro sentado escribiendo estas líneas, tratando de encontrar algo de mí en estas hojas, también vacías, blancas como me encuentro yo ahora, como estamos todos siempre, aunque creamos ver nuestra imagen en el espejo.

                                                                                                     Adrian Delgado.

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